Desembarcó en este rincón único del Nahuel Huapi en 1999, movida por la pasión que Francisco Mayorga, el padre de sus cuatro hijos, siente por el Sur desde muy chico. Hacía cinco años que Carola del Bianco y “Paco” estaban de novios y, apenas pisaron juntos esta extensión de tierra mágica frente a Villa La Angostura, supieron que habían encontrado su lugar en el mundo. “Los dos éramos muy jóvenes cuando empezamos con el proyecto de esta casa, que nos llevó bastante tiempo armar”, dice la ex mannequin mientras rememora la aventura que implicó convertir su gran sueño en realidad. Es que el único acceso a este maravilloso refugio patagónico, al que con “Paco” y sus cuatro hijos -Maia, Elisa, Isabel y Francisco- llaman hogar durante el verano, es a través del agua, construirlo llevó una logística titánica. e innumerables idas y vueltas en barco. “Ese, sin embargo, no fue el único desafío: como ‘Paco’ y yo somos de la ciudad, tuvimos que aprender a vivir en el medio de la nada, sin luz eléctrica ni gas la mayor parte del día”, agrega la anfitriona mientras invita a ¡Hola! Argentina a recorrer su casa por primera vez.
-Era una época en la que viajaba mucho por mi trabajo como modelo y recuerdo lo fascinante que me resultaba el contraste entre la vida que empezamos a vivir acá y las pasarelas. Llegamos a estar seis meses instalados en el Sur y fueron varias las veces que corrí hasta el aeropuerto de Bariloche para subirme a un avión, cumplir con un compromiso y volver a los dos días a hachar leña con “Paco” para poder bañarnos, por ejemplo. Acá aprendimos a disfrutar de las cosas simples de la vida. Empecé a trabajar a los 15, en un momento familiar complicado y con una exigencia muy grande, que era autoimpuesta, porque nadie nunca me pidió nada. Estar tranquila en el living de casa, con el fuego prendido e inmersa en un juego de mesa en la mitad de la semana era algo impensado para mí, y esta casa y “Paco” me dieron esa posibilidad. Debo admitir que no me resultó nada fácil aprender a disfrutar del ocio o darme el lujo de pasar una tarde entera cocinando. Son cosas que descubrí viviendo acá y que, hoy, no cambiaría por nada en el mundo.
-¿Siempre tienen huéspedes?
-Sí, nos encanta. Vengo de una familia italiana en la que mi abuela nos juntaba alrededor de su mesa todos los fines de semana. Es algo que debo haber heredado de ella porque ya desde chica me gustaba cocinar. Preparar cosas ricas para mis seres queridos y hacerlos sentir cómodos siempre fue importante para mí. Soy de las que se esfuerzan por que la mesa esté impecable y bien servida y que la comida esté rica y entre por los ojos. Para mí, recibir bien es una expresión de afecto y, por eso, antes de que lleguen nuestros invitados, me gusta armarles ramos con flores para decorar sus baños y sus cuartos y saco los mejores juegos de sábanas y toallas. Después, me concentro en atenderlos bien y en organizarles programas divertidos para que se lleven los mejores recuerdos.
-Además de cocinar con amor y preparar la casa para su llegada, ¿cuál es tu fórmula para que los invitados se sientan como en casa?
-Entre el clima y las vacaciones, se hace muy corto el período del año en el que está bueno que vengan, entonces siempre terminamos siendo veinte como mínimo. Más allá del caos, lo pasamos bárbaro y mentiría si dijera que tengo una fórmula: lo único que importa es la predisposición y la buena onda, porque ninguna convivencia es fácil.
Fuente: HOLA – Crédito: Tadeo Jones